25 de marzo de 2006

El Amor Brujo

La luz de la tarde se sentía como un olor antiguo y conocido. Estaban, desde siempre, las macetas rojas con geranios enmarcando ese barandal irregular que se sostenía y marcaba el límite de la terraza y de la irrealidad.
En esa lacónica luz languidecía, pálida y cansada, la música mágica del televisor al terminar su provinciana transmisión a las siete de la tarde. Cinco o seis versiones de "El Amor Brujo" de De Falla se alternaban para terminar de adornar (agotar) ese hueco en el tiempo, en el que empezaba a oler a leche hervida y canela, el aire inmóvil, sólo perturbado por el último camión.
Yo estaba habitando ese limbo crepuscular con la mirada fija, absorto en la pantalla de la tele. Imágenes descuidadas sobresaturadas de azul que eran exactamente lo que decía la melodía, las rodillas desnudas sobre la piedra tibia aún de sol, mirando de reojo cómo oscurecía, cómo esa luz lechosa se iba comiendo la calle y cómo el cielo se poblaba de sonidos de grillos, que no llegaban, sino que se dejaban oír, ya desvelado ese manto que es el día.
En esa eternidad congelada, tras el resto de la casa se encontraban mis sentidos. Acaso podía escuchar el grito anciano de mi abuela para la merienda, pero venía de un sitio demasiado lejano. Recuerdo, tras el asombro, la oscuridad que se hinchaba dentro de la casa, que había entrado por el tragaluz (tragasombras) y que inundaba mis oídos con sonidos imposibles, con caritas detrás de mí, con ojos que me seguían en el camino temeroso a la cocina, con la opresión acongojada en el estómago (a la que después aprendí a darle el nombre de hambre, pero) que entonces era sólo miedo. Y el miedo me aseguraba que había cosas detrás de mí que no querría ver, y el miedo movía mis torpes y ya frías piernas para pasar corriendo por el patio sin mirar el cielo, no fuera a ser que fuera cierto *, llegar corriendo y agitado, sudando la frente despeinada en espera de mi taza con arroz con leche en feliz terminación de esa muerte del día.
Y pensar que dejé la tele zumbando, prendida...
* La noche: un monstruo hecho de ojos. (H.P.L.)

2 comentarios:

  1. Anónimo12:26 a.m.

    Despues de una breve pausa borgiana y ordenar los anagramas, alebrijes citadinos, fluidos succionables, deseos, amores brujos y demás transeuntes de tus querellas tectónicas te envío un gran saludo. Saliendo o entrando de revisar cartones, noticias y análisis estas dentro de mi itinerario. Felicitaciones

    ResponderBorrar
  2. Estimado Nicéforo:
    Hemos sabido que las horas muertas agonizan más felizmente cuando, frente a una pantalla, aparecen cosas que reconocemos en una parte de nosotros. Ese itinerario (que ilustras con esa palabra tan Tenochca: Tectónico) es una vereda luminosa en el insomnio, un oasis en el día. Agradezco estar allí.

    ResponderBorrar