28 de marzo de 2006

Aleteando carcajadas

En ese invierno, los arroyos se cristalizaron semanas antes de que las hordas llegaran de su forzada migración anual. Eran notablemente menos que los que salieron de sus casuchas de la aldea en las altas montañas, seguramente ahora sepultadas bajo la nieve. Eran, predeciblemente, pocas las mujeres, menos los niños, que de todas formas atesoraban un futuro demasiado incierto. Pero todavía tenían fuerzas para huir.
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Los arroyos cristalizados eran eso, cristales, y bajo ese espejismo sucumbieron unos pocos ingenuos que quisieron cruzarlos como si de hielo firme se tratara. Movidos por una inquieta ceguera, ese conjunto de seres miserables se precipitaban al futuro inmediato acercándose a las llanuras que conservaban aún algo de hierba. Esa necia ceguera acaso era necesaria, acaso era locura: Nadie sabía realmente, desde el principio, a dónde iban.
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Poco hablaban, poco se veían, poco se daban cuenta. Por lo mismo, esos hombres, con sus mujeres, sus animales y sus niños, poco temían. Se movían instintivamente por un meandro en las montañas, con una torpeza pensante que era su única y su mejor brújula. De lejos dibujaban una tortuosa caligrafía que, para quienes la veíamos, nos prefiguraba, temblando con un miedo no expresado, su inevitable destino.
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A primera vista, para ellos, todo destino es futuro. Como una caída en picada, como un torrente que arrastra y se dibuja ante sus ojos. Desde acá arriba, el destino, y el mismo destino de los hombres, es menos fatal, más lento, porque podíamos ver que su destino es ellos, que también lo es las huellas que dejan y ese trazo de cadáveres, de glorias, de infinitos respirares que se suceden uno tras otro (pero también uno delante de otro). Podíamos ver que su destino es la estela que dejan sus alientos, sus hedores. Hemos aprendido a comprenderlos, a simular esa visión obtusa para predecirlos. Poco a poco se detienen, esperan, se calientan, se alimentan. Toman fuerzas para avanzar un poco más, un río más, una cumbre, un declive más. (Otras veces estas breves metas tienen otros símbolos: Una mujer, un castillo, un hijo. Pero se cumplen tan intrascendentemente como los otros plazos: Terminan.)
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Insisto: Si hemos aprendido a observar sus cortas distancias, sus vanos logros; si hemos sonreído al intuir lo que valoran sus propias vidas, no es por imitarlos. Ha sido sólamente para predecirlos. El ocio, que en el frío vendaval de las bajas nubes congela el tiempo, nos ha obligado a distraernos en estos ejercicios de la percepción. Todo buitre que ha abierto los ojos sabe que la inmovilidad última aún tiene un letargo, pero este es impostergable.
Felices, aleteando carcajadas contra los lobos, periódicamente tenemos un festín.
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"-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos."
Franz Kafka

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