24 de mayo de 2006

Las mujeres que escapan a la vista

Apenas abrí los ojos, su mirada se hizo transparente. Después, los ojos. Y las cuencas. Poco a poco mis ojos penetraban azorados el lugar donde estaba su cabeza. Una forma curiosa de ocultarse es hacerse evidente. Los espectros se muestran (espejo, espectáculo). Y uno se sorprende. Emparentados con los fantasmas, los espectros sólo se dejan ver. Están situados en el grupo de entes de los que la mayoría, en su presencia, borra de su vista a causa de la perplejidad y, al desaparecer, roban el pensamiento dejándonos un punto ciego en la memoria, cuya perturbadora presencia nos impide generar cualquier otro recuerdo, excepto el hecho de que eso ya no está allí. Así, los espectros logran esconderse bien a la sombra de nuestro asombro. La palpaba en los sitios en que iba desapareciendo ("Ante mis ojos", decimos: Cómo confiamos en que son las ventanas de la realidad). La ausencia y la presencia son palabras femeninas. El olvido, el error, son nombres masculinos. Una broma que realizan las mujeres invisibles es simular ser espectros. Aparecen y desaparecen ante nuestros ojos. Y los hombres que las vemos (e inmediatamente después no vemos) solemos caer en el olvido y el error. Una vez que oí su nueva voz (transparente y cristalina) supe que no iba a verla más. Al cerrar los ojos, vi la sombra de su olor, moviéndose difuminada. El olvido de la presencia, el error de la ausencia. A veces se confunden estos cuatro elementales conceptos de la existencia, la memoria y el juicio y se llega al olvido de lo erróneo, la presencia ausente, el error de la presencia y otras abominaciones. Lo que caracteriza a la memoria es su falta de persistencia (somos víctimas de los relojes rígidos). Lo que la mujer invisible nos muestra al desaparecer es la ausencia impregnada de olvido o maquillada con error. Esta mujer no esperó a que la dejara de ver. Rápidamente continuó su charla mientras daba pasos, casi brincos, que resonaban en el piso mojado. Y su voz, como el agua, caía cerca de mí y me salpicaba la razón, dejando manchas indelebles. Aún así, la invisibilidad no implica ausencia. La ausencia es lo que se muestra, la presencia es invisible. El no-ver es algo que no termina y no inicia. Se ubica en un sitio sin tiempo que llamamos presente. Nuestros ojos añoran (ignoran) el pasado y quieren adivinar el futuro, por eso el parpadeo que significa la ausencia suele ser angustiante. Ahora rumio su imagen perdida, aunque de vez en vez el río tumultuoso de voces en la calle me recuerda esas últimas gotas de su presencia e inexplicablemente distingo aún sus ojos en las sombras. Lo que nos salva es lo que queda impregnado en la memoria de lo no visible. Lo que nos salva es que cuando una mujer se hace invisible a nuestros ojos permanece tocando una fibra, algo reconocible desde lo más hondo. Saber que está allí. A veces lloro. Antes me cuidaba de no hacerlo en público. Ahora (no sé por qué) ya no me importa. Hasta puedo hacerlo ahora. Creo que nadie me ve.

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