Gracias quiero dar al ciego inventor del cosmos
porque por indolencia o descuido
nos dio la felicidad
y permitió que tu cuerpo y el mío
se situaran lado a lado.
Que por raro azar permitió la existencia
de un país dentro de otro,
caluroso, bochornoso, verde y vivo
y por los sitios que lo cercan:
Por la ciudad de la Ciudad del Carmen
que no vio o no quiso ver lo que sus playas vieron.
Por Palenque, plaza antigua, lugar de sudor y piedra que nos deslumbró
con una explosión luminosa.
Por el barrio que nos reunió,
por los kilómetros que nos separaron
por el recato y la osadía
por el rubor y la impudicia.
...
Y agradezco que la sombra de esos ojos
que forma un punto en que el azar se eclipsa
nos cubra y envuelva, que nos acaricie;
que en esta telaraña de razones
y motivos y cuitas y alegrías
movemos paso a paso sendos hilos
que nos guían en este laberinto.
Y doy gracias al tiempo, que es paciente
y rectifica linealmente el vericueto.
Brindo con la extraña irrealidad
de loca serenidad que hace el ser feliz
por la persectiva nubosa y nítida
en que se siente sólo una verdad.
...
Porque de este caos, en este impreciso país
germinó la locura
que hizo que soberbios y morbosos
nos congregáramos alrededor de ella.
Porque dentro de ese corro,
en esa danza macabra, hubo dolor.
Porque hubo goce y amistad y amor.
Porque en ese trance comprendimos
y descubríamos que aprendíamos lo olvidado.
Que lo único que saben los loqueros
ya lo sabíamos y cualquiera lo sabe.
Gracias doy porque lo recordamos.
Esta es la versión inicial, más prosa que verso. Para ti, gracias a ti.